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El grupo de inmigrantes sirios justo después de llegar al puerto del Pireo (Atenas) con los tres niños / FOTO: Aitor SáezEL MEDITERRÁNEO convertido en una fosa común. Más de 900 muertos. Muertos sin historia, muertos de nadie. Desaparecidos en nuestro mar y pronto borrados de nuestras conciencias. Ocurrió ayer: un pesquero que vuelca, unos inmigrantes —es decir, personas, hombres, mujeres y niños— engullidos que se convierten en fantasmas. Pero ya sabemos que volverá a pasar mañana. Y en una semana. Y en un mes. Llevando nuestras emociones hasta la indiferencia. Repite una noticia todos los días, con las mismas palabras, con el mismo tono, por triste y afligido que sea, y lograrás que ya no se escuche. Esa historia no recibirá atención, parecerá la misma de siempre. Será la misma de siempre. “Muertos en una barcaza”. Algo relevante para los encargados de los trabajos, historia para las asociaciones, desesperación invisible.

Si ahora hablamos del tema, es porque la cifra es desmesurada»

Si ahora, justo ahora, hablamos del tema, solo es porque los muertos son 900, quizá más: una cifra desmesurada, inhumana. Si es que esta palabra aún tiene sentido. Seguimos sin saber nada de ellos, pero estamos obligados a saldar cuentas con la tragedia. Saldar cuentas: porque hablamos de números y nada más. De haberle faltado dos ceros al parte de muerte, ni siquiera habríamos sabido de él. Porque ya no es más que una cuestión de números (o de detalles dramáticos como “inmigrantes cristianos arrojados al mar por musulmanes”) lo que supone la diferencia. No para los individuos, no para las sensibilidades privadas, sino para la comunidad que deberíamos representar, que debería representarnos. Porque a la indiferencia personal, acaso comprensible, la acompaña en el plano político una algarabía de declaraciones: disputas, acusaciones en tonos violentísimos. Nadie consigue hacer lo que necesitamos más que ninguna otra cosa: hacer que se comprenda. Pocos se dedican a ello: Médicos sin fronteras, con la campaña #millonesdepasos, intenta contar lo que ocurre, evitando reducir a estas personas a su problema. Es decir, a “expatriados, inmigrantes ilegales, clandestinos”: palabras que diluyen la esencia humana para que sintamos con menos intensidad la pérdida infinita ante la tragedia. Muchos políticos, incluso en estos momentos, gritan. Salvini habla de “invasión”, cuando en realidad la mayor parte de los que llegan no se queda en Italia, sino que se dirigen a Francia, Alemania o los países del Este. El Movimiento 5 Estrellas, que en sus propuestas había planteado un debate interesante, por desgracia ha caído en la tentación de cambiar el baricentro de la cuestión, del “salvar vidas” a “la expulsión”, asumiendo como cierta esa falsa lógica de que cuanto más difícil sea entrar en Italia de forma clandestina, menos intentos de llegar a nuestras costas se producirán. No es así; no se salvan vidas endureciendo las fronteras, y no solo lo demuestra la experiencia italiana, sino también la estadounidense. Basta leer el libro Los migrantes que no importan, de Óscar Martínez, para comprender que los flujos clandestinos de personas desde México hasta Estados Unidos rara vez se pueden gestionar y son imparables.

vía No dejar a nadie en el mar | Internacional | EL PAÍS.

Más de 750 personas interpusieron una demanda contra la Corporación Johns Hopkins Hospital System por su participación en una serie de experimentos médicos realizados en Guatemala en las décadas de 1940 y 1950 en los que los sujetos fueron intencionalmente infectados con enfermedades venéreas sin su consentimiento.

Infectaron a prostitutas con gonorrea y sífilis, y les permitieron tener relaciones sexuales con soldados y reos para propagar la enfermedad La demanda entablada en Baltimore exige 1,000 millones de dólares como indemnización para individuos, esposas e hijos de personas infectadas con sífilis, gonorrea y otras enfermedades de transmisión sexual durante un programa del gobierno estadounidense llevado a cabo entre 1945 y 1956.

La demanda indica que los funcionarios de Johns Hopkins tuvieron «influencia considerable» sobre los estudios al controlar algunos comités que asesoraron al gobierno sobre cómo aplicar el dinero para la investigación.

La demanda agrega que Hopkins y la Fundación Rockefeller, que también es mencionada como acusado, «no limitaron su involucramiento al diseño, planeación, financiamiento y autorización de los experimentos; sino que ejercieron control, supervisaron, apoyaron, alentaron, participaron y dirigieron el curso de los experimentos».

La querella, que incluye a 774 demandantes, afirma que los experimentos fueron realizados en el extranjero para «dar a los investigadores la oportunidad de probar métodos adicionales de infección de humanos con varias enfermedades venéreas lejos del escrutinio público».

Según el Departamento de Salud y Servicios Sociales de Estados Unidos, los investigadores infectaron inicialmente a trabajadoras sexuales guatemaltecas con gonorrea y sífilis, y luego les permitieron tener relaciones sexuales con soldados y reos con la intención de propagar la enfermedad.

La demanda alega que huérfanos, niños y enfermos mentales también fueron infectados intencionalmente sin su consentimiento, y que a algunos individuos se les negó tratamiento.

vía Demandan a una corporación de EU por experimentos con enfermedades venéreas – 20minutos.com.

«LOS PRINCIPIOS MORALES INNATOS Y LOS FUNDAMENTOS MORALES INNATOS

En los seres humanos, las condiciones ecológicas, los avatares de la historia y las prácticas culturales dan como resultado, una sorprendente diversidad de organizaciones de carácter social, incluido ese aspecto al que nos referimos como moralidad.

El valor para defenderse, la astucia para cazar, la honestidad de nuestras transacciones, la tolerancia a las idiosincrasias de los demás y la disposición a reconciliarse… todos ellos son valores que no solo aparecen en las historia de las tribus aborígenes, sino también en las sociedades agrícolas y postindustriales.

A pesar de la complejidad de las interacciones entre los genes, el cerebro y la conducta, la idea de que la moralidad es básicamente innata sigue siendo irresistible; la igual que muchas ideas que van apareciendo una y otra vez a pesar de las duras críticas recibidas, y el mero hecho de que se mencionen ya atrae a un nutrido número de partidarios. No cabe la menor duda de que los genes influyen mucho en nuestra naturaleza, pero el problema radica en poder aportar datos significativos sobre es relación.

Llamémoslas instituciones morales, conciencia, o, quizá, con Hauser, el resultado de un «órgano moral». La perspectiva de Hauser y su programa de investigación siguen el mismo patrón del lingüista Noam Chomsky acerca del origen del lenguaje humano y la adquisición de las lenguas. Chomsky considera que el cerebro humano está genéticamente equipado con un «órgano del lenguaje» único que especifica principios abstractos de la sintaxis que se van concretando según la exposición que se tenga a una lengua en concreto. A partir de este órgano fluyen nuestras intuiciones gramaticales, así como nuestra capacidad para aprender idiomas. Hauser defiende que los seres humanos también tienen un «órgano moral» que especifica los principios universales de la moralidad, y de ahí se originan nuestras intuiciones morales sobre lo bueno y lo malo: «Nacemos con principios o nomas abstractas y nuestra educación entra en escena para delimitar los parámetros y guiarnos hacia la adquisición de unos sistemas morales particulares».»

«LA PLUMA MÁGICA DE DUMBO Y EL PELIGRO DE PAULINA

Trataré de demostrar que algunas de nuestras ideas tradicionales sobre la libertad están simplemente equivocadas; más aún, que son contraproducentes y ponen serios problemas al futuro de la libertad en este planeta. Por ejemplo, una comprensión realista de la libertad puede clarificar algunas de nuestras ideas sobre la culpa y el castigo, y calmar alguna de nuestras inquietudes respecto a lo que llamo el Espectro de la Exculpación. (¿Va a demostrar la ciencia que nadie merece un castigo? ¿O un elogio, por la misma razón?) También puede ayudar a revaluar el papel que debe desempeñar la educación moral, y tal vez explicar incluso el importante papel que en el pasado han desempeñado las ideas religiosas para el sostenimiento de la moral dentro de la sociedad, un papel que ya no puede ser debidamente desempeñado por las ideas religiosas, pero que no podemos eliminar por completo sin correr un grave riesgo. Si nos aferramos a nuestros mitos, si no nos atrevemos a buscarles sustitutos científicamente contrastados, que ya tenemos a nuestra disposición, nuestros días de vuelo están contados. La verdad realmente os hará libres.»

 

 

«La oxitocina, un péptido muy antiguo (una cadena de aminoácidos), se encuentra en el centro de la complicada red de adaptaciones de los mamíferos pata el cuidado de los demás, anclando de este modo las muy variadas versiones de sociabilidad que hemos visto, en función de la evolución del linaje en cuestión (véase figura 2.1). La oxitocina se halla en todos los vertebrados, pero la evolución del cerebro mamífero adaptó la oxitocina a las nuevas tareas de cuidado de la descendencia y, con el paso del tiempo, también a la tarea de ampliar el círculo de sociabilidad.

podemos afirmar que los mamíferos están motivados para aprender prácticas sociales porque el sistema negativo de recompensas, que regula el dolor, el miedo y la ansiedad, responde a la exclusión y a la desaprobación, y el sistema positivo de recompensas responde a la aprobación y al afecto.

En definitiva, la idea es que el apego —refrendado por el dolor de separación y el placer de l compañía y gestionado por complejos circuitos neuronales y sustancias neuroquímicas— constituye la plataforma neurológica de la moralidad.»

 

 

«¿Por qué nosotros y otros mamíferos sociables cuidamos de los demás? Esto sí que lo sabemos a ciencia cierta: cada conducta debe, directa o indirectamente, servir al bienestar de los animales involucrados en ella. Si no cumple ese requisito, la conducta se desecha, puesto que implica un coste —en concreto, un coste energético— y, en ocasiones, un riesgo para la vida. Es decir, salvo por los beneficios de compensación para los animales que incurren en los costes de la conducta de «cuidado de los demás», con el paso del tiempo la cifra de los animales que se preocupan por los demás disminuiría, y crecería, en cambio, la de los que cuidan de sí mismos.

Una serie convincente de evidencias del campo de la neuroendocrinología, que estudia las interacciones entre las hormonas y el cerebro, indica que en los mamíferos (y posiblemente en las aves sociales) la organización neuronal en virtud de la cual los individuos procuran por su bienestar se modificó para generar nuevos valores, a saber, el bienestar de terceros. En las primeras etapas de la evolución de los mamíferos, esos «otros» sólo incluían a la descendencia indefensa. Según las condiciones ecológicas y la aptitud de los implicados, el cuidado continuado destinado al bienestar de la descendencia en algunas especies de mamíferos se ha extendido a otros miembros de la prole, a amigos e incluso a desconocidos a medida que ampliamos el círculo. Esta ampliación de la conducta social del cuidado de los demás maca el inicio de lo que, con el tiempo, se convierte en moralidad.»

 

 

Pregnancia existencial

damasioAntonio Damasio (1944) neurólogo y psicólogo residente en EEUU investiga las bases cerebrales de la mente, los sentimientos y emociones.

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«Los valores morales sirven de fundamento a una vida social. En la raíz de las prácticas morales humanas están los deseos sociales; básicamente, estos deseos implican apego a los miembros de nuestra propia familia, atención a nuestras amistades, y la necesidad de pertenencia a un grupo. Motivados por estos valores, tanto a nivel individual como colectivo tratamos de resolver los problemas que pueden causar tristeza e inestabilidad y que amenazan la supervivencia. Puesto que nuestros cerebros están organizados para valorar el bienestar propio así como el de nuestra progenie, suelen producirse conflictos entre las propias necesidades y las de los demás. La resolución de problemas sociales, basados en la necesidad social, nos conduce a formas distintas de gestionar estos conflictos. Algunas soluciones son más eficaces que otras, y algunas pueden ser socialmente inestables a largo plazo o cambiar según las circunstancias, Así es como surgen las prácticas culturales, las convenciones y las instituciones. A medida que un niño crece dentro de la ecología social de estas prácticas, las intuiciones más sólidas sobre el bien y el mal arraigan y florecen.

En todos los animales, el circuito neuronal asienta el bienestar propio y el cuidado de uno mismo. Éstos son valores en el sentido más elemental del término. Si no tuviera ninguna motivación para preservar su vida, ningún animal sobreviría mucho tiempo ni tampoco se reproduciría.»

 

 

«mi intención en este libro es analizar los cimientos de la sociabilidad de los mamíferos en general, y de la sociabilidad humana en particular. Emprendí este proyecto porque quería entender qué es lo que tienen los cerebros de los mamíferos altamente sociables que permite esa sociabilidad, y como consecuencia de ello, lograr una mayor comprensión de los fundamentos de la moralidad.

El núcleo del enfoque biológico de la moralidad humana que presenta este libro no es nuevo, aunque mi forma particular de sintetizar los datos y abarcar la tradición filosófica pertinente puede ser nueva. Este enfoque se remonta a Aristóteles (384-322) a.C.) y al gran filósofo chino Mencio (siglo iv a.C.); enlaza con esos sensatos escoceses del siglo XVIII, David hume y Adam Smith; se fundamenta en el trabajo de Charles Darwin. Los avances en el terreno de las ciencias biológicas y sociales han hecho posible la exploración a fondo de las relaciones existentes entre la moralidad y la evolución del cerebro de los mamíferos que produjo «la forma de vida familiar», y en consecuencia, el manantial de cuidado y compasión que confiuora la geografía moral.»

 

 

«La hipótesis predominante es que lo que nosotros, los humanos, llamamos «ética» o «moralidad» es una estructura de conducta social en cuatro dimensiones que viene determinada por la interrelación de distintos procesos cerebrales: (1) el cuidado o la atención a los demás (enraizado en el apego a nuestros familiares y la preocupación por su bienestar), (2) el reconocimiento de los estados psicológicos de los demás (basado en las ventajas de predecir la conducta de terceros), (3) la resolución de problemas en un contexto social (por ejemplo, cómo deberíamos distribuir los bienes cuando son escasos, cómo resolver disputas territoriales o cómo deberíamos castigar a los sinvergüenzas) y (4) el aprendizaje de prácticas solciales (mediante un refuerzo positivo y negativo, por imitación por ensayo y error, por diversos condicionamientos y por analogía).

La capacidad de los seres humanos para aprender y resolver problemas de carácter social, restringidos como estamos por impulsos sociales fundamentales, conforma la base de lo que entendemos comúnmente por «valores sociales»… Según esta hipótesis, los valores son más fundamentales que las normas.

Los valores morales no tienen por qué implicar normas, aunque a veces sea así; no tienen que ser necesariamente explícitas, sino que los niños pueden aprenderlas implícitamente mientras se desenvuelven en su mundo social, del mismo modo que también aprenden de un modo implícito a avivar un fuego o a cuidar de las cabras.»